Honduras |
Opacada
queda la fatiga al mirar las veredas del espacio las cortinas de dulzura que se
extienden por el paisaje donde salen las voces de las aves y el murmullo del
ocaso. Buscando voy un lugar donde pueda acampar y veo a lo lejos una enramada
de granadilla montes en la cual no solo busco refugio para pasar la noche si no
también algún fruto, aunque pienso que no es tiempo de cosecha. Llenando de
duda mi inteligencia echo un vistazo a las enredaderas que cubren el árbol
donde echaron sus amarras y al apresuramiento del ocaso, observo donde mi cuerpo
flácido descansara debajo de aquel manjar de hojas verdes. En algunos árboles
siempre quedan frutos que no caen en tiempo de cosecha, se quedan empedernidos
pegados a las ramas, sin embargo ene esta enredadera no hay más que hojas.
Cargados por la sabia tardía son los árboles
que no dan su fruto a su tiempo que se agolpan en la inmensidad de un bosque y
ocupan un espacio, estorbando con su sombra la caída del sol en otras plantas
con frutos limpios y amables al paladar de este viajero solitario, para saciar
el hambre que martiriza y duele en el alma y en el corazón de esta travesía.
El
sol se ha ocultado nuevamente, solo queda la sensación
de
un día espléndido que paso y así como el campesino se alegra al ver partir un
día más de trabajo me alegro de haber culminado un día más y estoy seguro que
he ganado terreno, no obstante el campesino sabe que volverá a casa y saboreará
las tortillas calientes con mantequilla fresca y aguacate. Abrazos, sonrisas y
caricias le esperan después de un gran día; así se alegra mi corazón el saber
que la travesía algún día se acabara.
Se
va mi suspirar entre los robles y pinos que al correr del viento abrazan mis
pensares en aquella hermosa tarde indescriptible, cierro mis ojos y descanso en
el placer de sonreírle al viento, tirar con denuedo las miradas hasta donde los
árboles y montañas vienen a su encuentro donde las flores le dan la despedida a
un pasado día.
Mis
ojos esperan lentamente hasta ver
aparecer la primera estrella en el firmamento, postrado en mi lecho de espera con
mi mirada puesta hacia el techo de hojas verdes que a causa de la opaques de la
noche se convierten en oscuras manchas gris, dando sentido de melancolía, nostalgia
de los tiempos pasados, cruzar por los campos montando acaballo fueron los
tiempos dorados de mi infancia, donde apostábamos las carreras entre las
veredas que segundos después se convertían en pequeños senderos; conectando
espacios despejados con opacos caminos por las sombras de los grandes roble. En
cada carrera imaginábamos volar como aventureros nos exponíamos al peligro de
cabalgar, nuestra niñez nos convidaba a
escondida de nuestros delicados padres.
Traigo
a memoria los inmensos pastizales que rodeaba con la vista cuando las mañanas
eran frescas y despertaba al sol para venir a nuestro encuentro, junto a las
voces de zorzales coqueteando entre las ramas de inmensos arbolares. Los años han
mudado las aventuras, y he recordado en
detalle los hechos de cada una.
Los
suspiros que llegan hasta el corazón se combinan con la sangre mandada a todo
el cuerpo que hace de ese sentir toda una inspiración de ocasos que fueron ciertos, como logrando recordar mi infancia doy
un abrazo al pasado y traigo al presente lo distante en el tiempo, podría contar
todas las hazañas que hice en cada amanecer y atardecer.
… y
mi infancia vio nacer nuevos horizontes… el sueño llego sigiloso y cerro mi
mente sin darme cuenta.
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